#sutilezascotidianas | Probablemente muchos de los males que vivimos cada día son fruto de la insensibilidad. La falta de empatía nos está alejando de la realidad y nos lleva a un mundo cargado de envidias y egoísmos… Nos volvemos incapaces de leer o interpretar las señales que, en ocasiones, nos lanzan las personas a través de un gesto, una decisión o incluso del silencio.
Charles Pinot dijo: “El idioma del corazón es universal: sólo se necesita sensibilidad para entenderlo y hablarlo”. Y es que el lenguaje del corazón nos ayuda a estar más vivos y presentes. Aunque reconozco que una pequeña dosis de cabeza nos da un punto de equilibrio. Vivimos sin mirar a nuestro alrededor, sin disfrutar de las cosas que merecen la pena, aquellas que nos hacen sentir bien, tranquilos… No necesariamente tienen que ser intangibles; pueden ser pequeños detalles, recuerdos que despierten nuestra sensibilidad y empatía cada día, cada mañana.
En el trabajo, nos han convertido —o al menos la dinámica nos lleva a eso— en máquinas que buscan la rentabilidad económica, más poder, más influencia… pero, al mismo tiempo, esto —por desgracia— nos distancia de los problemas reales de la sociedad. Una sociedad que está, realmente, enferma… sin valores. Hemos dejado a un lado nuestro esfuerzo personal por hacer del mundo, y de las personas que nos rodean, un lugar mejor.
En mi ámbito profesional han deshumanizado gran parte de la esencia que debería tener el mundo de la comunicación, el protocolo y la imagen pública. Importa más el envoltorio que el contenido, y ahora mentir, manipular y falsear se permiten con tal de arañar moqueta o audiencia. Nos consumimos lentamente, a fuego lento… ya nada nos sonroja. Hoy podemos decir una cosa y mañana la contraria, porque el valor de la palabra y de las buenas maneras cada vez tiene menos peso en una sociedad que se preocupa más por tener que por dar. Y dar no es solo a nivel económico, sino también saber escuchar las necesidades de otros, respetar su opinión, su reflexión, sus temores, sus emociones…
En mi mesilla tengo dos fotos que siempre viajan conmigo. Ya han recorrido medio mundo. Una es la foto de mis padres, y la otra es de mi mujer con nuestros hijos. Las miro cada mañana porque es la mejor forma de recordarme la obligación de ser agradecido y respetuoso con los demás, en las decisiones que tengo que tomar en mi trabajo, siempre con respeto y humildad, pero con mucha responsabilidad.
Hace unos días, viajando con mi hijo, vi algo en la mesilla del hotel que me emocionó. Había colocado una foto nuestra.
Recuerda que algo tan sencillo como una foto en tu mesilla puede mover montañas.
Javier Vila de Savenelle de Grand Maisón
JVSG® 1931 | Sutilezas Cotidianas (Capítulo 69) | #todocomunica