No hay país donde haya vivido o viajado donde no se palpe la competitividad en cada rincón. En algunos casos, se busca esto a cualquier precio… Estamos criando niños que serán infelices. ¿No debería el deporte ser uno de los mejores medios para que puedan expresar su felicidad? ¿No es eso lo más importante a estas edades?
Los padres no ayudamos; les exigimos a todas horas, les gritamos, gesticulamos, murmuramos… e incluso, en algunos casos, observan cómo llegamos a insultar al árbitro. El resultado siempre es el mismo, porque todo esto al final lo que consigue es frustrar al niño, además de mermar su aprendizaje y de no aprender realmente qué es el deporte. ¿No es un precio muy alto?
El papel del entrenador también es vital. La empatía y la capacidad de expresar las cosas con sencillez son claves, siempre de la mano de los valores. Cada niño es un mundo y la importancia de ser pedagógico es fundamental. El entrenador debería contrarrestar en algunos casos este ambiente tóxico. Todo pasa por comunicarse mejor con los jugadores y con los padres.
El deporte es una de las mejores fuentes de valores; esa es la verdadera esencia: aprender, autoexigirse, superarse a sí mismo cada día, respetar al adversario, trabajar en equipo, la generosidad, la concordia, saber gestionar la derrota y el error. Pero para ello, el niño tiene que saber cómo se hace, qué le estamos pidiendo, enseñarle a comunicarse y, algo fundamental, saber cómo se siente.
Javier Vila de Savenelle de Grand Maison | @_javiervila_