
#sutilezascotidianas | No es el título de una nueva película que puedes ver en Netflix o Amazon Prime… ni un documental disponible en cualquier otra plataforma. Es la situación en la que vivimos, es la cruda realidad del día a día. Dime lo que piensas y zasca, te etiqueto como si fueras un producto de supermercado. Cada vez que hacemos algo —ya sea en una comida, una reunión de amigos, un mensaje en redes sociales, un comentario, un artículo o en el trabajo— somos automáticamente etiquetados. No importa dónde estemos, es casi un deporte nacional; nadie está exento de ser etiquetado por cómo vistes, qué coche tienes, dónde vives, dónde estudian tus hijos, dónde comes…
Si te dejas barba, eres… Si llevas corbata, eres… Si vas en bicicleta, eres… Para muchos, es un desgaste constante intentar cuidar cada uno de estos aspectos con el fin de evitar ser etiquetados o mal etiquetados. Porque también están quienes desean ser etiquetados, pero el capítulo de hoy se enfoca más bien en aquellos que no pueden expresarse con total libertad, sin que lo que digan sea automáticamente interpretado de una manera u otra, sin que puedan —prácticamente— hacer nada al respecto. Es cierto que hay factores sociales, culturales y económicos que nos marcan desde pequeños y que contribuyen a que, en más de una ocasión —o muchas, dependiendo de la persona—, terminemos etiquetando a otros.
Lo he vivido en carne propia en más de una ocasión, pero es cierto que uno no debe “entrar al trapo”; la teoría es fácil, pero la práctica es muy difícil. Lo interpretamos como un ataque personal, especialmente cuando la etiqueta en cuestión no nos gusta. La clave es tener en cuenta la coherencia, el argumento, el respeto al defender una opinión o reflexión, y tratar —en la medida de lo posible— de ponerse en el lugar del otro. Quizá digamos algo con la mejor intención del mundo —o no—, pero la experiencia de la otra persona puede ser completamente diferente. Esto lleva, en muchas más ocasiones de las deseadas, a entrar en debates acalorados que recurren al manido y retorcido uso de la etiqueta.
Soy consciente de que, con algunas personas, es imposible hacerles cambiar de opinión. No es necesario, ni mucho menos, intentar cambiar la opinión de nadie ni obsesionarse con cómo nos ven, lo que lleva a la consiguiente etiqueta. Evitemos etiquetar a las personas porque, probablemente, además de que no nos gusta que lo hagan con nosotros, podríamos estar equivocándonos. Y ante esa posibilidad, es mejor no hacerlo. Si eres de esas personas a las que no les importa lo que digan de ti, enhorabuena; has logrado lo que muy pocos pueden hacer. Si eres de los que seguirán etiquetando a diestro y siniestro, sin criterio… que tengas un buen día.
Javier Vila de Savenelle de Grand Maisón
JVSG® 1931 | Sutilezas Cotidianas (22) | #todocomunica