#sutilezascotidianas | En más de una ocasión he denunciado la deriva en la responsabilidad de ser coherentes y cumplir con la palabra dada. Ya es algo habitual prometer cosas y luego —bajo justificaciones absurdas y retorcidas— no cumplir lo prometido. Con suma facilidad, y en muchas ocasiones siendo conscientes de ello, se lanza al aire una afirmación que sabemos que no verá la luz.
Pensaba que las hemerotecas servirían para sacar los colores a más de uno, o al menos para provocar una disculpa, pero sucede todo lo contrario; ya no pasa nada, mentir no tiene precio alguno… barra libre. Estamos asistiendo a una pérdida de valores sin precedentes, que supone un altísimo coste para la sociedad. Lo preocupante es que los más jóvenes están aprendiendo a restar importancia a la palabra dada.
Las personas prefieren que se les prometa menos, pero que se cumpla. Generar demasiadas expectativas rara vez resulta positivo, ya que en muchos casos dependemos de terceros, quienes también tienen sus propias particularidades. Así, factores externos pueden dificultar que podamos cumplir con lo acordado. Por eso, como ya he indicado, es mejor prometer aquello que depende —en general— de uno mismo y de lo que estemos seguros de poder realizar.
Hemos institucionalizado la mentira; ya forma parte de nuestras vidas, de nuestra forma de relacionarnos y comunicarnos. Se ha convertido en un trampolín hacia la mediocridad y la decadencia personal. Por ello, aunque sea una lucha titánica, es vital cuidar aquello a lo que nos comprometemos.
La política es un escaparate de la sociedad, y esta última, de manera inconsciente, aprende a normalizar la falta de compromiso. También aprende que mentir no tiene consecuencias. Los políticos se han acostumbrado a prometer cosas con tal de ganar votos, pero muchas veces con poco compromiso social. Por mantenerse un día más en el poder, dicen lo que la gente quiere oír, aun sabiendo que hay factores externos que probablemente impedirán cumplir lo prometido. Son especialistas en dar patadas al balón de las necesidades para ganar tiempo.
Sí, hay políticos que cumplen, que son honestos y muy realistas. Pero ojo, ya no es suficiente. Si te rodeas de incumplidores y no les afea sus actos, no los denuncias o incluso los defiendes, acabarás formando parte de ese gran colectivo que justifica sus decisiones como un mal menor. Y con tal de que no gobiernen otros, “todo vale”.
Recuerda que uno de nuestros mayores tesoros es el valor de nuestra palabra. Protégela y fomenta tus valores.
Javier Vila de Savenelle de Grand Maisón
JVSG® 1931 | Sutilezas Cotidianas (Capítulo 64) | #todocomunica