
#sutilezascotidianas | Uno empieza el día medio dormido. En nuestra casa, el día comienza temprano, entre las 5:30 y las 6 de la mañana. El frío ha llegado a Washington… ¡cómo cambia la temperatura de un día para otro! Ayer fue uno de esos días fresquitos en los que poco apetece salir a la calle, y eso que lo serio aún no ha llegado. Después de nuestro famoso café matutino, que disfruto cada mañana cuando nuestros compromisos lo permiten, acompaño a Cristina —la persona que me aguanta cada día desde hace ya unos cuantos años— hasta el metro. No le gusta conducir y siempre que puede utiliza el transporte público; aprovecha para leer, avanzar cosas del trabajo, contestar correos y enviarnos mensajes en el grupo familiar. Nos gusta desearnos todos los días un fantástico día para empezar mejor la jornada.
La distancia desde donde tomamos el café hasta el metro es un trayecto de apenas cinco minutos caminando. Accedes al andén a través de un ascensor, y muchas veces esto se convierte en un horror. En Bethesda la gente, en general, es bastante educada… hasta que llega tarde. Esto sucede en todas las ciudades grandes del mundo, salvo contadas excepciones. La gente ya se pone nerviosa cuando el ascensor no termina de llegar: empiezan a mirar su reloj, a observar a las personas a su alrededor, y algunos no respetan su turno, intentando poco a poco acercarse a la puerta del ascensor. Es algo parecido a cuando esperas el trenecito en la terminal T4 de Madrid, pero aquí hay que dejar salir a los que vienen en el ascensor. Bueno, dejar salir a veces se convierte en una odisea, porque el impaciente de turno espera ya con los ojos enrojecidos y los codos separados, como un jugador de baloncesto esperando el rebote, para ser el primero en entrar.
Una vez que el ascensor está vacío, como en la Fórmula 1 cuando se enciende el semáforo verde, todos entran entre sutiles empujones matutinos, hasta llenar el ascensor… pero nadie quiere quedarse fuera, hasta que se convierte en una lata de sardinas. Diría que incluso hay más espacio en una lata de sardinas.
¿Qué importa perder un ascensor o no ser el primero? Todo esto repercute en nuestra salud, en nuestro humor y nos hace empezar el día más estresados, además de ser una falta de respeto y educación. Todos en algún momento hemos querido ser los primeros o no quedarnos fuera, pero también está aquel que se queda esperando al siguiente turno, con una ligera sonrisa y sin una pizca de estrés. ¿Merece la pena estresarse y ser maleducado por ganar 5 minutos?
Javier Vila de Savenelle de Grand Maison
JVSG® 1931 | Sutilezas Cotidianas (20)