Tres gestos que comunican sin necesidad de hablar.
California ha perdido una estrella que nunca dejará de brillar: Diane Hall, conocida como Diane Keaton.
Nacida el 5 de enero de 1946, se especializó primero en teatro, donde apareció en Broadway —por ejemplo, en la producción original de Hair en 1968—. En 1977 obtuvo el Oscar como Mejor Actriz por Annie Hall. Interpretó papeles icónicos como Kay Adams, la esposa de Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino. Marlon Brando, por supuesto, fue Vito Corleone. Aunque compartieron pocos momentos directos en pantalla, formaron parte del universo narrativo más influyente de la historia del cine. Participó en títulos como The First Wives Club, Something’s Gotta Give, Baby Boom, entre muchas otras películas que dejaron huella.
Meryl Streep, Jane Fonda, Goldie Hawn, Bette Midler, Mary Steenburgen… Al Pacino, Jack Nicholson, Woody Allen, Steve Martin… Han sido compañeros de escena donde su elegancia serena e irónica dejó siempre su sello personal.
Un estilo sobrio, entre la contención y la personalidad firme de una mujer a la que el éxito no le cambió. Apasionada por la arquitectura y el diseño, cultivó una sensibilidad que la definía tanto como actriz como persona. Y conservó su vida con discreción. Qué difícil es esto cuando la fama te persigue a cada paso… más aún en estos tiempos, donde existe una fama ordinaria que narra cada minuto de la vida privada.
Estos son tres aspectos que me gustaría compartir con vosotros sobre Diane:
Autenticidad sin artificios
No es fácil expresarse sin que los demás interpreten que se busca complacer, adular o encajar.
Diane Keaton nunca siguió modas impostadas. Ni en sus papeles, ni en su forma de vestir, ni en sus entrevistas. Mantuvo siempre su sello personal. Y eso —hoy— es valentía.
Seguir la corriente puede resultar rentable, pero muchas veces es la antítesis de la elegancia. Vivimos rodeados de “expertos” en moda, en imagen, en discurso… Expertos que en realidad reparten trajes de desprecio y arrogancia, y que se nutren del espectáculo fácil ante un público que aplaude lo ruidoso sin detenerse a mirar lo auténtico.
La autenticidad —como la suya— comunica fortaleza, integridad y coherencia. Valores que, en mi opinión, siempre definen a quienes comunican en positivo. Lejos de esa arrogancia hueca que nada tiene que ver con la elegancia propia de su personalidad, ni con el saber estar.
Discreción como escudo
Lo decía antes: saber preservar espacios de intimidad es un acto de fortaleza. Y si, además, se logra transmitir autoridad y presencia pública sin renunciar a esa discreción, estamos ante un gesto excepcional.
Diane Keaton supo gestionar los tiempos de exposición, proteger su privacidad y alejarse del recurso fácil del escándalo. Porque el escándalo también se entrena. Es una forma rápida de hacerse notar, de instalarse en el candelero.
Hoy sigue llamando más la atención el provocador, el maleducado, el que interrumpe. Pero el tiempo, al final, siempre devuelve valor a la forma. Keaton nunca necesitó alzar la voz ni exponerse de más. Su discreción fue su escudo. Y también, probablemente, su fuente de serenidad. Tenía, además, la personalidad suficiente como para vestirse como le daba la gana, sin importarle la opinión de los demás.
Gestualidad expresiva pero contenido
Admiro profundamente a las personas que, con solo una mirada, una sonrisa o una pausa, son capaces de transmitir la esencia de la elegancia serena. Diane tenía esa capacidad.
Comunicaba “sin ruido”, de forma sutil y cercana, pero con la firmeza suficiente para expresar emoción, decisión o incluso desacuerdo. No necesitaba levantar la voz, ni invadir el espacio de los demás. Sus movimientos eran mínimos… pero decían mucho.
Porque no siempre hay que hablar.
Porque a veces el silencio vale más que el gesto impertinente.
Porque hay quienes necesitan opinar para ser el centro,
…y hay quienes —como ella— comunican mejor cuando dejan espacio. Los movimientos contenidos son los que terminan silenciando al escandaloso. Y eso, también, es una forma de comunicar.
Javier Vila de Savenelle de Grand Maison | #todocomunica
Este no es un análisis técnico, ni un juicio. Tampoco es un ejercicio de protocolo. Es una opinión más —una mirada personal— sobre cómo determinadas personas comunican a través de sus gestos, su actitud y su manera de estar.